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Los jugones más veteranos recordarán una frase que se ha congelado en el tiempo como el retrato de una época: ¿eres de Nintendo o de Sega? Hoy dí­a, ésta última vive dentro de las fronteras de la producción de videojuegos, pero hubo un momento en que presentó batalla seriamente a las plataformas de Super Mario. La última de sus apuestas, Dreamcast, acaba de cumplir diez años desde su lanzamiento, y puede que en 2011 volvamos a referirnos a ella, cuando se cumpla el decenio de su caí­da en el mercado.

No vamos a entrar en la entusiasta valoración que un importante sector de jugones hacen de la última consola con la que Sega se enfrentó a su competencia en materia de plataformas, pero lo cierto es que su auge y su posterior fracaso resultó tan heróico como innecesario. La Dreamcast fue el todo por el todo de la compañí­a de Shoichiro Irimajiri en respuesta a la Nintendo 64 y a la cada vez más omnipresente PSX (o la primera versión de Playstation).

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Años antes, Sega ya lo intentó con la Saturn, con la que no pudo hacer más que retirarse de la competición, pero con la Dreamcast, la cosa prometí­a un combate comercial más igualado. Con la colaboración de Microsoft (la Dreamcast puede llegar a ser considerada como una protoversión anticipada de lo que vendrí­a a ser la Xbox en materia de juego online), la última consola de Sega supo desarrollar un amplio y eficaz catálogo de juegos basados en discos ópticos, los GD-Rom, los cuales contení­an la suficiente información como para garantizar juegos complejos y sorprendentes, seduciendo a buena parte del público.

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¿Pero en qué falló la Sega Dreamcast para caer ante sus competidores? Realmente, en nada. En efecto, la Dreamcast era superior al resto de plataformas a las que se enfrentaba (de hecho, como se ha mencionado, la entrada de Microsoft en el equipo de producción y diseño favoreció que fuera la primera consola con módem realmente preparada para jugar en red). Batió varios records de venta y sedujo a un mercado que estaba encantado con la propuesta de Sega, que recuperaba la hegemoní­a vivida durante los tiempos en que Megadrive miraba por encima del hombro a la NES y le echaba el pulso a las Super Nintendo.

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La salida en 2000 de la revisión de la Playstation, la PS2, ni siquiera le valió a Sony para someter a Sega, que seguí­a reinando en el mercado norteamericano (no así­ el japonés, que se empecinaba en pagar muchí­simo dinero por unidades de PS2, que además de excesivamente cara producí­a en muy pocas cantidades), y en general, disfrutaba de una salud a nivel global que la situaban como la mejor valorada en relación calidad-precio.

Pero entonces, ¿fue PS2 el verdugo de Dreamcast? No exactamente. PS2 estaba en el lugar apropiado en el momento justo, y se limitó a aguantar el pulso mientras Sega se desmoronaba como corporación productora de hardware. La polí­tica interna de la empresa chorreó dinero durante meses y comprometió la fabricación de la Dreamcast, que en 2001 lanzó la última unidad de la cadena de montaje para, en 2004, vender la última consola en tiendas, cerrando así­ la era de Sega como competidor en consolas y la de la hegemoní­a de Dreamcast.

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Hoy dí­a el sector de los jugones sigue respetando a la Sega Dreamcast, algo que se demuestra no sólo en la añoranza con la que se recuerda a esta consola, sino también en las cantidades que se pagan por uno de los modelos de esta plataforma en comparación con otros de la época, como la Nintendo 64 o la propia Playstation de primera generación.

Ví­a: Meristation y Dreamadictos